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Estalla la guerra del cruasán en Francia

El precio de la mantequilla en Francia ha crecido un 172% en los últimos dos años. Encontrar ayer un tarrina en algunos supermercados resultaba una ardua tarea: estantes vacíos con un cartel pidiendo disculpas ante la falta de stock. La prensa francesa se atreve a hablar de la mayor escasez de mantequilla desde la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia de la caída de la producción de leche. Y, automáticamente, el precio del croissant (cruasán, en español, según la traducción oficial de la Real Academia) ha comenzado a subir de manera significativa: 10 céntimos en una sola semana, pasando de 1,05 a 1,15 euros (de media) en las panaderías parisinas.

Stéphane Traver, ministro de Agricultura, se ha visto forzado a intervenir, insistiendo en que los precios «van a bajar, próximamente». Evidentemente, nadie se cree ese tipo de declaraciones, intentando calmar la fronda popular, acompañada de los fuegos artificiales propios de toda guerra popular que se precie: declaraciones desairadas en las colas de las panaderías de los barrios populares y advertencias de asociaciones y gremios relacionados con la producción, distribución, venta y consumo de mantequilla y cruasanes.

Claude Francois, dueño de un obrador en la región central de Cher, se ha visto obligado a reducir las horas de sus trabajadores en un 70% porque no puede suministrar suficiente mantequilla para mantener la producción de repostería.

El precio de las harinas y el pan es un motivo secular de insurrecciones, desde la Edad Media. A las puertas de la revolución de 1789-93, ante las protestas por la carestía del pan, se presta a María Antonieta esta sentencia: «¿Que no tienen pan para comer? Pues que coman bollitos de pastelería…». María Antonieta fue guillotinada, como su esposo, en la actual Plaza de la Concordia. El cruasán fue introducido en la alta pastelería francesa pocas décadas más tarde, cuando August Zang, oficial de artillería austríaco, en 1838, abrió una «pastelería vienesa» en el número 92 de la parisina rue Richelieu.

El cruasán comenzó siendo una delicia aristocrática, burguesa, para terminar «proletarizándose» (sic), hasta convertirse en un icono del desayuno nacional francés. Un símbolo, como Luis XIV, Napoleón, el Louvre o la antigua sopa de col.

Víctima de la subida del precio de la mantequilla, el miedo al encarecimiento del cruasán se ha transformado en una suerte de fenómeno social. En 1977, la subida de los precios provocó una penúltima guerra del cruasán de memorable recuerdo. Años más tarde, la serie de televisión «Pas de pitié pour les croissants» (Sin piedad para los cruasanes) tuvo un éxito considerable.

En tiempos de Macron y su implacable lógica económica, liberal-librecambista, panaderos, pasteleros y empresarios de la restauración denuncian el estallido de una nueva guerra del cruasán. Sin muertos, por ahora. La contienda de finales de 1977 terminó en una suerte de paz armada: los consumidores terminaron pagando la factura que les pasaban en la pastelería o el bar, con el desayuno. El Estado francés suele trasladar este tipo de revueltas a la declaración fiscal del año siguiente.



  • Ver original en Diario ABC
  • Publicado el viernes octubre 27, 2017


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